Wilfredo se levantó esa mañana y tal y como había planeado cogió su pequeña mochila y emprendió el camino. No llevaba gran cosa, un bote de nocilla, dos panecillos de leche y un destino en su cabeza. Ah si! Y aquello tan importante que le hacía setir como Frodo. En su caso no era un anillo, pero sin duda era conocerdor de la importancia de aquello que transportaba.
Wilfredo Dawson II era un pequeño gran osito de peluche que no debía medir más de 10 cm de alto, cuya valentia y coraje nadie ponía en duda, como bien testificaba la medalla que orgulloso lucía en su pecho. Cerró la puerta, respiró profundamente haciendo que llegara hasta sus pulmones el frío aire de una mañana de noviembre, y así fue como Wilfredo, ataviado con su mochila y su pajarita de cuadros blancos y rojos, emprendió su viaje.
No creais que es fácil para un pequeño ser como él moverse por las calles entre enormes humanos que ni le ven pasar, perros que intentan olisquearle y gatos que ven en el una posible presa. Pero Wilfredo no es un oso de peluche cualquiera. En un descuido del conductor consiguió colarse en el autobús, repleto de gente que con cara de sueño y desgana iban a trabajar. Su cara era diferente, la suya era reluciente, se sabia portador de algo muy importante, su mision era de vital importancia. De un salto subio hasta la ventana y salio por ella trepando hasta el techo del autobús. Allí viajaría tranquilo. Miraba a lo lejos y cada kilómetro que avanzaba se sabía mas cerca de su destino. Una mezcla de impaciencia y emoción le invadía. Le había prometido que haría llegar aquello y nada en el mundo le impediría que eso se cumpliera. Cuando el autobús llegó a su destino, Wilfredo esperó el momento adecuado y dio un salto encima de una maleta que parecia blanda. Primer paso conseguido: el aeropuerto. Ese era un momento peligroso. Demasiados pies que andaban apresurados de un lado para otro. "¿Es que nunca se pararán a mirar por donde andan?" Pensó Wilfredo. Pero hábil como era conseguia avanzar por las terminales hasta encotrar el vuelo que necesitaba. Había estado mirando por Internet, pero no vio ningun billete especial para ositos de peluche, así que decidió colarse de alguna manera. Miró los pasajeros que estaba haciendo cola para embarcar y vio a una niña pequeña.
Wilfredo: Hola, mi nombre es Wilfredo Dawson II y tengo que cumplir una misión muy importante. Puedo viajar contigo?
Niña: Que es esa mision tan importante?
W: Tengo que llevar una cosa a un sitio
N: Vale. Sientate conmigo. Yo te escondo si viene una azafata.
W: Gracias
Wilfredo sabía que solo podía confiar en los niños. Los mayores eran demasiado… mayores como para entender que un pequeño osito de peluche pudiera tener una importante misión. Durante el viaje fueron hablando y acordaron que ella lo acompañaría hasta la ciudad. Y allí lo dejó, en un momento que los padres de ella pararon el taxi que habían cogido al llegar. Le dio un beso y la niña le deseó suerte. Wilfredo volvió a respirar profundo y se dio cuenta que allí hacía más frío. Miró a su alrededor y vio algo familiar para él. Eso lo ha construido Gaudí! Hasta tiene un Sant Jordi en la puerta! Se sintió un poco como en casa. Se acercó a un banco y le preguntó a un hombre sentado en él, el camino que tenía que tomar, pero el hombre, inmóvil como una piedra ni se inmutó. Siguió calle arriba y se encontró con un acordeonista que tocaba en la calle. Se acercó a él. Wilfredo, sabía que los músicos, igual que los niños, tenían una sensibilidad especial. Y así es. El viejo acordeonista le indicó el camino que debía seguir, y le sugirió que antes, visitara la catedral. Le hizo caso. Miró asombrado aquellos altos muros de piedra y cuando entró se le abrieron los ojos como platos. Aquello era precioso. Las cristaleras dejaban entrar una luz de tonos especiales que inundaron el alma del pequeño aventurero.
Con energías renovadas, emprendió su camino y volvió a subirse a un autobús. Esta vez el trayecto fue mas corto. En seguida llegó a aquel pueblo. Mientras subía calle arriba se ponía cada vez mas nervioso sabiendo que estaba a un paso de su destino. Y allí estaba aquella casa que tan bien conocía. Entró en el jardin y se cruzó con un gato que parecia resfriado. Este le miró, le sonrió y llamó a un perrín que se acercó con paso cansado pero seguro. Le subió a su lomo y entró en la casa hasta aquella habitación en al que había alguien durmiendo. De un ladrido consiguió que aquellos ojos despertaran y se abrieran como platos.
- Wilfredo! Que haces aquí?
- Tengo algo para ti.
Y orgulloso buscó en su mochila y sacó aquello por lo que en aquel viaje habría dado la vida: un post it.
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Hace 2 años